La inteligencia emocional

¿Qué es la inteligencia emocional?

El ser humano desde que nace va desarrollando una serie de habilidades que le ayudarán a adaptarse a su entorno, dotándole de la capacidad para resolver problemas y relacionarse con el mundo. Aunque está comprobado que un buen desarrollo intelectual a nivel práctico y de razonamiento nos ayudará a desenvolvernos más fácilmente en nuestra vida, también está claro que sólo con eso no suele ser suficiente.

Si queremos alcanzar el éxito a nivel laboral, personal y de relaciones, es fundamental que seamos capaces de entender esas complejas sensaciones que todos experimentamos a diario: las emociones.

No siempre resulta sencillo identificarlas en nosotros mismos, y mucho menos en las demás personas, de forma que nuestras interacciones llegan a verse bloqueadas o dificultadas por un mal intercambio a nivel expresivo.

Está claro que para comprender al otro, no basta con atender al mensaje verbal que nos esté emitiendo. La comunicación es algo mucho más amplio, pues abarca también aspectos como la expresión facial, el tono de voz, la proximidad, las pausas, etc. Por eso, es a través de la práctica y del aumento del número de intercambios como aprendemos a entender de verdad las necesidades de los demás.

Y no sólo eso. Nosotros mismos podemos llegar a tener problemas para expresar lo que sentimos si no conocemos bien nuestros estados emocionales. A veces no logramos que el otro entienda cómo nos sentimos realmente, pues no hemos sido capaces de adecuar nuestro lenguaje expresivo a nuestros verdaderos sentimientos.

La inteligencia emocional es un bien preciado que no todo el mundo llega a desarrollar demasiado. Entendido esto podemos decir que la Inteligencia emocional es usar esos conocimientos interiores y de los demás para adaptarse y proceder asertivamente. 

En los orígenes de esta disciplina, el psicólogo estadounidense John D. Mayer, que junto a Peter Salovey formuló la teoría de la Inteligencia Emocional, clasificó a las personas en tres tipologías, en función de cómo cada individuo respondían a las emociones y la particular forma en la que llevaban a cabo su correspondiente gestión.

1. Personas conscientes de sí mismas: Son conscientes de sus estados emocionales en el momento en que aparecen. Tienen una personalidad de carácter autosuficiente y están seguras de conocer sus propios límites. Poseen un buen equilibrio psicológico y suelen tener una interpretación positiva de la vida. Cuando sufren o se enfadan no se aferran a la emoción negativa, al contrario, suelen superarlo muy pronto. No se desgastan en reflexionar sobre aquellos estados emocionales que nos les aportan bienestar.

2. Personas atrapadas por sus emociones: Esta tipología de individuos suele sentirse desbordada por sus emociones. No son muy conscientes de sus sentimientos, por lo que no saben actuar para tratar de evitar de la negatividad. No pueden gestionar adecuadamente sus emociones y se convierten en prisioneros de sus estados de ánimo.  

 

3. Personas que aceptan resignadamente sus emociones: En el sentido positivo, estas personas saben perfectamente lo que sienten, de manera análoga a como lo perciben los individuos de la primera tipología. Por el contrario, aunque saben reconocer esa información, no están dispuestos a hacer nada por gestionar la emoción subyacente. Suelen ser personas bastante volubles.

Conseguir gestionar de manera adecuada las emociones es un trabajo arduo que conlleva un profundo trabajo de desarrollo personal. No obstante, hay una serie de sugerencias que, puestas en práctica en nuestro día a día, pueden sernos de enorme utilidad en el manejo de nuestro complejo espectro emocional. A continuación compartimos una breve guía con recomendaciones para gestionar adecuadamente las emociones.

  1. Atenuar nuestros niveles de auto-censura: Las emociones dan sentido a buena parte de nuestra existencia. Toda emoción tiene su utilidad, nos han acompañado durante millones de años de evolución y nos han servido para adaptarnos al entorno. Aplacarlas no ayuda a implementar nuestra habilidad para manejarlas y suele tener, como consecuencia, un considerable daño que podemos causar a otros o  a nosotros mismos.
  2. Permanecer atentos a las señales emocionales: Es importante prestar atención a los indicadores asociados, tanto al nivel mental (pensamientos recurrentes, diálogo interior) como al plano más físico (dolores, somatización, etc.)
  3. Investigar cuáles son las situaciones que desencadenan las emociones no deseadas: Esta práctica suele ser de gran utilidad. Se trata de ser conscientes de lo que sentimos y de cuándo y por qué lo sentimos. Tener un cuaderno en el que recoger dichos pensamientos y sensaciones que rodean los estados emocionales puede ser de gran ayuda.
  4. Descargar físicamente el malestar: Liberarse de la ansiedad o de otros correlatos generados por las emociones es muy saludable. La práctica deportiva o las actividades físicas al aire libre suelen ser efectivas.
  5. Prevenir que los problemas se enquisten: Para ello es preciso una expresión asertiva y ecológica de los que pensamos, sentimos y queremos en las diferentes situaciones en las que notamos que se desencadena un problema o situación emocionalmente molesta.
  6. Reconducir las emociones que no nos hacen bien: La labor de canalización emocional no sólo representa una excelente oportunidad de conocernos mejor, sino que, además, nos proporciona la oportunidad de pasar página de manera saludable. No esperes a que se genere una situación idónea para comunicar lo que piensas, sientes o quieres, toma la iniciativa.

 

LEER PARA RECORDAR Y APLICAR....

 

 “Ética a Nicómaco” de Aristóteles:

“Cualquiera puede ponerse furioso… eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto y en la forma correcta… eso no es fácil”

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